Si estás en el camino de la evolución espiritual, toma plena consciencia de tus intenciones. Para ello conéctate con tu corazón, él sabe lo que está bien o está mal. No disfraces la realidad, ni decidas por otro lo que estará bien para él.
Es costumbre entre los torturadores que, al finalizar la sesión, pregunten a su víctima: Yo no te he hecho nada, ¿verdad? Y hasta que ésta no le responde positivamente no la dejan tranquila.
Este triste ejemplo sirve para ilustrar una práctica común en la cual el perpetrador hace algo y luego intenta convencer a su víctima que lo que le hizo fue otra cosa, que fue por su bien o que no es lo que cree. Esta práctica también permite al perpetrador, superficialmente, auto-justificarse. Inconscientemente es como si reescribiera la historia, reprogramando mediante un reencuadre en su mente y en la de su víctima, lo sucedido.
Es un terrible juego con múltiples variantes y niveles, cuya característica principal es la total incongruencia entre la intención, la acción y los resultados. La intención obviamente es ganarle al otro, u obtener algo de él, sin considerar si el otro tuvo o no ganancia, sin importar su integridad física o mental. De hecho, en este juego, el perpetrador lo único que logra es dejar bien en claro su total desinterés hacia el bienestar de la víctima.
Éste tipo de conducta es muy común, es repetitiva, y comienza por algo tan simple como cambiarle el nombre a las cosas. Perpetradores aún más habilidosos son capaces hasta de crear nuevos términos para definir sus acciones. De tanto repetirse y gracias al inconsciente colectivo, muchos de estos términos llegan a ser socialmente aceptados, generando nuevas realidades, con lo que multiplican exponencialmente el número de perpetradores y víctimas. Aquí se incluyen conductas en sus diferentes niveles de aplicación y manifestaciones como: alcoholismo, abuso, violación, vejación, infidelidad, robo, estafa, traición, engaño, asesinato, entre otras.
Tales conductas son adimensionales, lo cual significa que un robo será siempre un robo, independientemente del tamaño o cantidad de lo sustraído. Lo que importa es la intención: tomar algo que pertenece a otra persona. No existen engaños grandes o pequeños, un engaño es siempre un engaño; energéticamente hablando, no hay justificación que valga, ya que la intención es engañar.
Energéticamente la intención tiene un gran peso. Cuando lo que se desea es sacar provecho de otra persona, no importa el medio utilizado, cómo se hace o el nombre que le pongan, se genera una huella energética que tarde o temprano regresará hacia el perpetrador. Un daño siempre será un daño, y como tal queda registrado en las matrices energéticas tanto del perpetrador como de la víctima.
Si estás en el camino de la evolución espiritual, toma plena consciencia de tus intenciones. Para ello conéctate con tu corazón, él sabe lo que está bien o está mal. No disfraces la realidad, ni decidas por otro lo que estará bien para él. Asume responsablemente el hecho que cualquier cosa que hagas o digas a alguien, tendrá consecuencias para ambos.
Más allá del accionar, tu intención es determinante para la manifestación de tu Ser. Actúa según tu consciencia. Cada vez que te acerques a alguien, hazlo con plena consciencia de que tus acciones, de alguna manera, influirán en dicha persona, y procura que tus intenciones estén enfocadas hacia el bien común.