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historias de Regresión

"La inmersión en los restos del naufragio"

Hay una escalera de mano. La escalera de mano siempre está ahí colgando inocentemente cerca del costado de la goleta... Desciendo... Vine para explorar el naufragio... Vine para ver los daños que ha habido y los tesoros que se han conservado... (poema de Adrienne Rich, citado por Clarissa Pinkola)

       A la edad de 4 años Julio recordaba, trataba de dormir mas una fuerza mayor le atraía hacia el techo. Se lo llevaba , inquieto se paralizó.
En su estado catatónico una serie de imágenes de mundos extraños, de lugares no conocidos venían a borbotones a su mente infantil. 
El techo de la habitación se convertía en una espiral ascendente, lo extraía de la normalidad.  La sensación que le acompañaba tenía de materia elástica, cerca de lo fluido, -gomoso pensó-,  sin embargo su voz interior le acompañaba,  esa casí imperceptible voz le aconsejaba mantenerse tranquilo y seguir en el viaje. Se dejó llevar con miedo y temor a algun lugar que extrañamente parecía reconocible, muy familiar.

   
    La casa de corredores abiertos se encontraba  ante un lago. El caminaba por ese corredor hacia una bella dama vestida de un exquisito kimono en seda, de colores rojo y blanco.  Ella lo esperaba en posición seiza ante las escaleras que daban al jardín. Ya a su lado, el miró sus manos empuñando una katana... tiempos de duelo en el alma -lo sabía... la feminidad se entregaba al filo del arma, él con lágrimas  le rogó se levantara, ella con sus grandes ojos negros le arropaba y le susurró cuanto lo amaba, le tomó las manos  y le susurró su deber,  le solicitó salvarla del deshonor. Acto seguido ella dejó que su cuello mostrara la sensualidad de su frágil cuerpo. La espada, tremulamente empuñada por el samurai, cortó la quietud del aire y despidió la humanidad de la joven mujer... su cuerpo se deslizó con increible tranquilidad. El guerrero miraba, el verse y sentirse, el ser y continuidad. Al frente del pasillo el silencio armonioso de cerezos naranjas y amarillos fuertes, cantaban el final una historia forjada en Otoño, a un costado divisaba el lago quieto, sereno, percibiendo el cuerpo de su dama fundido en el sencillo aroma del ambiente. El samurai la dibujaba en su alma y la recordaría por la eternidad con la misma ternura  siempre. El monte fuji se cubría  de niebla en un comienzo de invierno...

 

    Hoy día esa dama vive con él, ya se entienden y se complementan entendiendo que su unión ha trapazado el tiempo y que encontrarse es saldar deudas y compartir nuevos momentos.

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